Me acuerdo bien. Había dormido entre dos o tres horas, me dolía la espalda, y ese día tenía que sortear el sublime tráfico de la CDMX para llevar a Ilai a la terapia de radiofrecuencia, a hacer la siesta a casa de mi hermana, de ahí a la fisioterapia y de regreso. Me acompañaba la abuela que le daría de comer en el coche. Ese día mi hijo lloró y grito entre 15 y 20 minutos sin parar cuando, terminada la terapia, quité el video que estaba viendo. Después de lagrimear, dar alaridos, jalarse el pelo y pedirme que lo cargara y abrazara mientras seguía llorando, logré subirlo al coche y la abuela comenzó a leer con él un libro que fue repitiendo hasta calmarse. Llegados a casa de mi hermana, tardó en irse a dormir. Cuando logré finalmente ponerlo a hacer la siesta y me senté a comer, la abuela me dijo que si le llamábamos por teléfono, mientras Ilai entraba a la fisioterapia, a una persona que podía interesarle trabajar de chofer de mi mamá. Cuando le dije que tenía montón de pendientes antes que resolver, se volteó a hablar con mi hermana y le dijo, qué cosa verdad, cómo las mujeres somos más multi tasking. Sí, le dijo mi hermana, y acto seguido contó que había estado leyendo un libro, que se llamaba El segundo sexo de Tolkien, sobre cómo las mujeres se habían visto forzadas aprender a hacer varios trabajos a la vez y crear redes. Hice como que tenía que tomar una llamada y me fui al cuarto que estaba vacío a descansar unos minutos, antes de ir por el coche para nuestro nuevo destino. La perorata acerca de los superpoderes femeninos continuó resonando en el pasillo.
