I
El teniente Deckard está a punto de ser asesinado por una de las replicas humanas a las cuales persigue, cuando Rachel, un modelo replicante a su vez, dispara en contra de ese tecno-organismo de su misma especie para salvarlo. Corte. Estamos en el departamento de Deckard y Rachel está ahí también. Ella sabe que está en el hogar del cazador y que ella es parte de los perseguidos. Pero él está en deuda, por lo que ella le confiesa su plan y le hace una pregunta. Se trata de desaparecer, de huir, “¿si me fuera al norte me perseguirías?” La deuda establece un contrato y Deckard responde “no, no lo haría, sin embargo, alguien más lo haría en mi lugar.”
Ante la tregua Rachel permanece en el departamento de Deckard. La última vez que estuvo en ese lugar el teniente se dedicó a desmentir sus recuerdos, a señalar la falsedad de sus fotografías y a evidenciar que sus memorias eran implantes; prótesis de historias ajenas que habían modelado su carácter. Convencida ya de ser un producto de la ingeniería biogenética, ahora le toca devolver la pregunta ¿alguna vez te has hecho la prueba a ti mismo? que es lo mismo que preguntar ¿cómo sabes tú que no eres también un instrumento hecho por el artificio de una corporación encargada de producir copias humanas con emociones sintéticas? Un saxofón comienza un fraseo lento, sinuoso, a un volumen muy bajo. La música suena a luces color neón y a protocolos para un encuentro amoroso. El teniente Deckard no responde la pregunta, se acuesta sobre su sillón y bebe su whisky. Una mirada reflexiva se queda fija en sus ojos.
Deckard está dormido, pero el saxofón reitera la frase. Rachel se sienta al piano donde dispuestas de manera obsesiva se encuentran las fotos familiares del teniente. Ella toca el piano, él se despierta, “soñé con música”, le dice; pero quizá también podría decir “soñé que yo también era una máquina” o “soñé que me enamoraba de un androide cuya accidental perfección sólo era la copia de un ser humano.” Ya en la vigilia Rachel retoma el juego de la duda, dice recordar haber tomado lecciones de piano, pero ¿cómo actuar con certeza cuando se comprueba, que ese saber hacer que consideramos tan nuestro, sólo es un implante no trabajado por nuestra sensibilidad y nuestra experiencia? Si Rachel imagina que sabe algo o que ha sentido algo, siempre queda la duda sobre quién lo vivió realmente, si ella o la supuesta dueña de los recuerdos.
El protocolo se precipita. Un beso sentados en el piano. Rachel intenta salir del departamento. Deckard no la deja escapar y de manera brusca la empuja contra la pared. La besa de nuevo. Rachel responde de manera asombrosamente lucida I can’t rely on my memories. La última palabra es cortada por el teniente que, acto seguido, realiza un ejercicio de programación:
“-Say ‘Kiss me’
-Kiss me…
-I want you
-I want you
-Again
-I want you
Put your hands on me.”
Enseñanza igualmente frágil, pero en este caso, fructífera. Deckart también posee un saber que es resultado de recuerdos implantados. No obstante, esto solo se le revelará con claridad cuando el teniente Gaff le deje un unicornio de origami frente a su casa. El mismo unicornio que asalta sus constantes sueños de vigilia. El mismo unicornio que asalta las ensoñaciones bajo el sol de muchas replicas más. Finalmente, la pregunta está planteada ¿cómo sería copular a partir de un aprendizaje elaborado de recuerdos ajenos? ¿Cómo encontrar la conjunción o el espacio para entrelazar de nuevo ese orden impersonal de proposiciones, sintagmas, gramáticas y hábitos? ¿Cómo hacer de una prótesis –que en realidad somos nosotros mismos- la posibilidad para fornicar amorosamente?
II
En el film Blade Runner (1982), los replicantes más sofisticados eran dueños de una memoria implantada que modelaba su sensibilidad. Esta concepción podríamos volverla una analogía para nosotros mismos. Así, el entramado de valores y discursos en el que hemos sido moldeados nos conformaría como una prótesis compleja producida por una ingeniería social, lo que definiría nuestra existencia como la de una “réplica”. Este razonamiento es la condición de posibilidad para incorporar, en nuestros hábitos personales, la necesaria distancia para asimilar los procesos que vivimos como una historia de ficción que ya está escrita. Una serie de sucesos en los cuales las reacciones posibles de nuestro personaje están predeterminadas por esa memoria-implante. Para el que escribe este texto, Rachel es la protagonista imaginaria del primer gesto post-replicante porque busca ser consciente de sus propios procesos maquínicos (donde incluso la copula se realiza a partir de ese saber hacer programado o inscrito en el cuerpo), para desde ahí encontrar una estrategia personal para volver experimentar.
La frase I can’t rely on my memories es el punto de partida para observar el carácter impersonal de los «hábitos» que nos «habitan», nos constituyen y que han sido configurados por una memoria impersonal o prótesis. No se trata de señalar el carácter falso de esa memoria implantada. Por el contrario, se trata de re-utilizarla y re-organizarla. La colección de nuestros recuerdos podría ser descrita como el conjunto de piezas que conforman un rompecabezas, mientras que la figura que aparece al unir las diferentes partes correctamente sería la definición de nuestra identidad. La frase I can’t rely on my memories desdibuja la figura que formaba el rompecabezas. Así, nos hereda una colección libre de trozos y retazos que podemos reconfigurar cada que el presente reclame esa colección de recuerdos para constituir una experiencia. (Este rompecabezas cuya figura se desdibuja constantemente podría otorgarnos una nueva «imagen del pensamiento». Aquí, las conjunciones copulativas entrelazarían el fondo de lo que significa pensar y constituirían la movilidad de su suelo porque reorganizarían las piezas de esa colección llamada memoria (“y» ésta, “y» ésta, “y» ésta).) Mientras que sólo la práctica podría mostrarnos las potencialidades reales y la eficacia de los recuerdos de los que echamos mano para entender y actuar en el presente.
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