«Ya no someterse a la ley con un celo que la pervierte como en el caso de Sacher-Masoch, sino huir activamente de su ámbito de jurisdicción. Es el sentido mismo de la noción de proceso, concebido en su plena positividad. El esquizo ‘ha franqueado el límite, la esquizia que siempre mantenía la producción de deseo al margen de la producción social, tangencial y siempre aplazada. El esquizo sabe partir: ha convertido la partida en algo tan simple como nacer o morir (…). [Los] seres humanos del deseo (o bien todavía no existen) son como Zaratustra. Conocen increíbles sufrimientos, vértigos o enfermedades. Tienen sus espectros. Deben reinventar cada gesto. Pero un ser humano así se produce como ser humano libre, irresponsable, solitario, gozozo, capaz, en una palabra, de decir y hacer algo simple en su propio nombre, sin pedir permiso, deseo que no carece de nada, flujo que franquea los obstáculos y los códigos, nombre que ya no designa ningún yo. Simplemente ha dejado de tener miedo de volverse loco. El [esquizo] se vive como la sublime enfermedad que ya no lo tocara.'»