«Hace muchos años, antes de que se inaugurara la infame e inútil área canina, en el Parque México había un señor que se sentaba todas las tardes en una banca con un samsonite negro. El portafolio, ya abierto, se convertía en un aparador que llamaba la atención de todos los niños. Era conocido como “el señor de los trucos” o “el señor de las bromas”, aunque su semblante era bastante serio. Ahí podías comprar desde una cajita de brujas, una tarántula de plástico con rebaba, chicles sabor ajo, hasta una caca perfecta que hubiera seducido al mismísimo Manzoni.
Asomarse al mundo de Melquiades Herrera (1949-2003) recuerda mucho a ese personaje, y también pone de manifiesto su paulatina desaparición –junto con la de muchos otros– a causa del aburguesamiento que sufrió la colonia Condesa desde finales de los años noventa. Hay zonas de la ciudad en las que ya no queda espacio para los extraños objetos del señor de las bromas. La mayoría de sus juguetes, si no es que todos, eran de manufactura nacional, y fueron sustituyéndose por la versión ultramoderna, con fantásticos empaques, precios triplicados, y tiendas especializadas que trajo consigo el TLC (o bien las copias idénticas, más baratas, hechas en China). Algo parecido a ese proceso de gentrificación –si se me permite extrapolar– ha transformado también al arte contemporáneo.»
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