«Es así como la disciplina se convierte en sinónimo de esclavitud», María Montessori sobre la educación tradicional

por Juan Pablo Anaya

Mañana tengo escuela para padres en el Montessori Metepec, la escuela a la que va Ilai. Para la sesión nos pidieron que leyéramos las conferencias que pronunció María Montessori cuando se vislumbraba el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En el fragmento que transcribo diagnostica la manera en que se gesta el fascismo (en el momento preciso en que está por establecerse en Italia, con Mussolini) y la manera en cómo la educación tradicional nos encamina hacia la guerra (sea la de los estados nación, o la competencia individualista a la que nos orilla el neoliberalismo):

“Lo que a veces se denomina virtud, deber y honor no son otra cosa que máscaras de vicios capitales que la educación transmite de generación en generación (…) El niño que nunca ha aprendido a manejarse por sí mismo, a establecer objetivos para sus propios actos o a ser dueño de su propia fuerza de voluntad, se reconoce en el adulto que deja que los demás lo guíen y siente una necesidad constante de tener la aprobación de los otros.

El escolar al que permanentemente se le desalienta y se lo reprime llega a perder la confianza en sí mismo. Sufre una sensación de pánico que se conoce como ‘timidez’, una falla de seguridad en sí mismo que en el adulto se transforma en frustración, sumisión y en la imposibilidad de resistirse a lo que es moralmente reprobable. La obediencia impuesta a un niño por la fuerza, tanto en el hogar como en la escuela, obediencia que no reconoce los derechos de la razón y de la justicia, lo prepara para ser un adulto que se resigne a cualquier cosa. La práctica generalizada en las instituciones educativas de exponer a la reprobación, de hecho a una especie de burla pública, al niño que comete un error, le infunde un terror incontrolable e irracional frente a la opinión de los demás, por injusta y errónea que esta pueda ser. Mediante esos condicionamientos y muchos otros, que contribuyen a su sentimiento de inferioridad, se abre el camino al respeto irreflexivo, e incluso a una idolatría casi ciega del adulto, paralizado ante los líderes públicos, los cuales llegan a representar padres y maestros sustitutos, figuras que el niño se vio obligado incorporar como perfectas e infalibles.

Es así como la disciplina se convierte en sinónimo de esclavitud.

Hasta ahora el niño ha sido privado de la posibilidad de aventurarse por los senderos morales que sus impulsos vitales latentes podrían haberlo llevado a explorar con ansiedad en un mundo que para él es completamente nuevo. Nunca pudo medir y poner a prueba su propia energía creadora, ni establecer el tipo de orden interior cuya consecuencia principal es un sentido seguro e inviolable de tener una disciplina propia. Los intentos del niño por aprender que es la verdadera justicia han sido confundidos y mal encauzados. Incluso ha sido castigado por tratar de de ayudar caritativamente a compañeros que estaban aún más oprimidos y que eran menos ingeniosos que él. Si, por el contrario, espiaba y delataba a otros, era tolerado. La virtud más premiada y fomentada ha sido superar a sus compañeros y sobresalir, aprobando exámenes al final de cada año de su vida en perpetua y monótona esclavitud. Los hombres educados de esa forma no han sido preparados para buscar la verdad ni para que se familiaricen con ella y la integren a su vida, ni para que sean caritativos con los demás y cooperen con ellos con el fin de crear una vida mejor para todos. Por el contrario, la educación que han recibido los ha preparado para lo que se puede considerar solo como un intervalo en la vida colectiva real: la guerra”

María Montessori, “La educación para la paz”, discurso pronunciado en 1932