«Yo quiero que un beso me desmadre»

por Juan Pablo Anaya

Respecto a la relación con la madre, hay una línea que canta Gloria Trevi que lo dice todo: “quiero que un beso me desmadre”. Según Donald Winnicot, “la madre, gracias al cuidado que brinda a todo niño que aún no habla, le enseña que la vida merece la pena ser vivida”. Esta “madre buena”, según aclara Bernard Stiegler, “puede ser el padre o también una nodriza y finalmente cualquier poder psíquico benévolo y protector”. Así, el beso de esta función materna, que nutre, cuida y da afecto es constitutivo de esa sensación de que la vida, a pesar de las cosas que duelen, del malestar que a veces se hace presente en el cuerpo y de la intensidad de las emociones que nos desbordan, merece la pena ser vivida. El beso que nos desmadra, y que vendrá después, es aquel que hace que fluya de nuevo nuestro deseo de estar vivos más allá de la cercanía de esa primer función materna. Es un beso que destruye parcialmente la configuración de esa primera infancia, pero solo para permitir que el deseo fluya y articule nuevos lugares para su goce. Precisamente son esos nuevos caminos del goce los que hacen que un beso sea capaz de des madrarnos, es decir, de separarnos de esa primera función materna para ensanchar, corriendo todo tipo de riesgos, el territorio existencial en el que queremos vivir.