Creación, escritura e instituciones
por Juan Pablo Anaya
«En vez de editoriales arriesgadas y vanguardistas, el Fondo Editorial Tierra Adentro para publicar los primeros libros, audaces o infames –o las ediciones de muchos estados o municipios, penosa pero asumida y hasta gustosamente condenadas a la existencia metafísica de las bodegas–; en vez de contratos, cheques, regalías, las becas para chicos y grandes; y ya que no hay mucho público ‘real’ que demande apariciones públicas de sus estrellas o autores de culto, los ya citados múltiples ‘encuentros’. Desde cierta perspectiva, este pseudo-Mercado estatal es una lamentable y polvosa mascarada provinciana, una futesa ornamental que amansa o al menos estandariza pequeñas rebeldías y termina por acolchar a una nueva y sibarita clase ociosa intelectual»
«En el espacio social –en el espacio de las significaciones– me parece que habría dos rutas hacia el estatuto de escritor: creerse fervorosamente uno, asumirse y presentarse como tal –digamos, hasta contaminar un poco el entorno, hasta hartar a los circundantes y que se resignen a aceptar el milagroso evento, o incluso lo celebren como la epifanía o el show a que todos tenemos derecho: puede que sea un pésimo escritor pero es nuestro pésimo escritor–; o que, al revés, ese espacio social designe a alguien, sin importar incluso si en algún momento de sus tardes en verdad escriba –por ejemplo, un locutor de televisión renacido ensayista. Como quiera, sorprende que esa palabra, escritor, imaginada no sé si como profesión o como cualidad esencial, siga convocando tanto entusiasmo y tantos votos en la carrera por las autodefiniciones identitarias: que haya quien apele a ella para librarse así, aun sin pensarlo, de cualquier microdisputa política sobre la condición de la propia subjetividad. Escritor: aquel que se sitúa más allá de los conflictos, en la posición del artista o del visionario, del chamán o del Don Juan, y que espera, además, que no se problematice nunca dicha posición –salvo si consideramos problematizaciones las peleas por la jerarquía dentro del mundo de los escritores: quién es mejor, quién es verdaderamente un asco. Se puede, desde fuera, exigir mayor ‘compromiso’ o mayor autonomía para el escritor, más moral o más cinismo, más verdades o más chistes, pero el término permanece.»
«[¿existe una ‘creación’ no instrumental? Sí, pero no se escucha, no se ve. ¿Existe? ¿Existe el sonido de un árbol cayendo en medio de un desierto si no hay nadie que registre la caída? “Conocemos el sonido de la palmada de dos manos aplaudiendo, pero ¿cuál es el sonido de la palmada de una sola mano?” Esto último, un koan zen, fue lo que J. D. Salinger puso como famoso epígrafe en sus Nine Stories: ¿no habría sido casi lo mismo si pusiera “Conocemos todo tipo de ‘creaciones’ instrumentales, pero ¿cómo sería el aspecto de una ‘creación’ no instrumental?”? Y aquí al final, por cierto, no se sabe si tendría que haber esos dos signos de interrogación o si bastaría con uno solo]»
«Si resulta tan difícil definir la novela –género burgués, nacional, hegemónico o posthegemónico o postnacional, género híbrido, monstruoso, o riguroso y canónico, etcétera–, en México y en nuestros días una posibilidad sería la siguiente: aquel formato/producto ‘literario’ donde el entrecruzamiento de Estado y Mercado alcanza su plenitud»
«Vista así la relación entre Estado y Mercado –sus traslapes, sus complicidades, sus zonas de nadie– parecería que se hablara de una relación desbalanceada, como en el futbol: unos equipos minúsculos, artesanales, suburbanos, preparan paciente, devotamente a unos niños malnutridos en canchitas polvosas, para que, luego de la obvia decantación, se acerque un complejo financiero-automovilístico-televisivo-farmacéutico-petrolero y se los lleve para ‘triunfar’ en la metrópoli sin haber pagado casi nada a cambio; el equipo de barriada, todo hay que decirlo, se queda además pensando que su pequeña promesa ahora sí comerá bien, recibirá vitaminas, portará uniformes limpios, y, entre agradecido, resignado y estoico, se entrega al descubrimiento y preparación del próximo ídolo. Sin el melodrama, así me lo parece en general, como una relación dispareja y a ratos abusiva. Y sin embargo, la relación no ha de ser solo en una dirección, y aunque no tenga a mano casos concretos en sentido inverso, sí habría que pensar que no se habla de dos entidades, Estado y Mercado, perfectas y prístinas en sus contornos: hay sujetos, o más bien prácticas específicas donde justo esos contornos se disuelven (¿qué es, por ejemplo, el Fondo de Cultura Económica, en qué terreno juega?), y más en un país que ha oscilado entre el estatalismo y la imposibilidad de consolidar ninguna institucionalidad de ninguna rama del Estado. En todo caso, no habría que olvidar cómo, en distintos momentos, el Mercado ha servido para ventilar atmósferas culturales estancadas en el conservadurismo, lo formulaico, lo ornamental, lo represivo o lo identitario hegemónico a que suele tender la cultura estatal (para solo referirnos a la institución literaria en México, pensemos en el periodismo masivo para los decadentistas, en el minúsculo mercado de vanguardia para los pre-Contemporáneos, en las Joaquín Mortiz, Era o Siglo XXI de los sesenta o en revistas como La tempestad o Replicante del presente siglo).» – See more at: http://horizontal.mx/las-propias-palabras-notas-sobre-los-limites-institucionales-de-la-creacion/#sthash.vfkVrIYl.dpuf