Para leer el libro interior de estos signos desconocidos…
por Juan Pablo Anaya
“Las verdades que la inteligencia capta directamente sin dificultad en el mundo de la plena luz tienen algo de menos profundo, de menos necesario que las que la vida nos ha comunicado a pesar nuestro en una impresión, material porque ha entrado por nuestros sentidos pero en la que podemos liberar el espíritu… Era necesario intentar interpretar las sensaciones como los signos de otras tantas leyes e ideas, procurando pensar, es decir, hacer salir de la penumbra lo que yo había sentido, convertirlo en un equivalente espiritual… Fueran reminiscencias del tipo del ruido del tenedor o del gusto de la magdalena, o de estas verdades escritas con la ayuda de figuras cuyo sentido intentaba yo buscar en mi cabeza, donde, campanarios, malezas, componían un grimorio complicado y florido, su primer carácter era que yo no era libre de escogerlas, simplemente me eran dadas. Y yo sentía que en esto debía consistir la señal de su autenticidad. Yo no había ido a buscar las dos losas del patio donde tropecé. Pero justamente la forma fortuita, inevitable, en que había vuelto a encontrar esta sensación, controlaba la verdad de un pasado que aquella resucitaba, de las imágenes que desencadenaba, puesto que sentimos su esfuerzo para remontarse hacia la luz, sentimos la alegría de lo real reencontrado… Para leer el libro interior de estos signos desconocidos (signos en relieve, al parecer, que mi atención iba a buscar, con los que tropezaba, a los que contorneaba como un nadador que bucea), nadie podía ayudarme con ninguna regla, ya que esta lectura consiste en un acto de creación en el que nadie puede suplicarnos, ni siquiera colaborar con nosotros… Las ideas formadas por la inteligencia pura sólo poseen una verdad lógica, una verdad posible, su elección es arbitraria. El libro de caracteres figurados, no trazados por nosotros, es nuestro único libro.”