«Al mistral / Canción de baile», Friedrich Nietzsche
por Juan Pablo Anaya
Viento mistral, cazador de nubes,
asesino de la melancolía, barredor del cielo,
rugiente, ¡cómo te amo!
¿No somos ambos los dones primogénitos
de un mismo regazo, predestinados
eternamente a la misma suerte?
Por caminos de piedra rocosos
bailando corro a tu encuentro,
bailando, mientras tú silbas y cantas:
tú, que sin barco y sin remo
como el más libre hermano de la libertad
saltas sobre mares embravecidos.
Despierto a penas, escuché tu llamado,
me abalancé a los acantilados,
hacia la pared amarilla junto al mar.
¡Salud! Entonces ya llegabas tú, como raudos
torrentes de diáfanos diamantes,
victorioso desde las montañas.
Por las llanas eras celestes
vi el galope de tus corceles,
vi el carruaje que te lleva,
vi alzarse tu propia mano
cuando el látigo cual rayo
sobre sus lomos golpea.
Te vi saltar del carruaje,
abalanzarte aún más rápido hacia abajo,
te vi recortado como una flecha
caer vertical hacia lo profundo, –
como un rayo de oro entre las rosas
derramarte en la primera aurora.
Baila ahora sobre mil lomos,
lomos de olas, perfidias de olas,
¡Viva aquel que crea nuevos bailes!
Bailemos de mil maneras,
libre –sea llamado nuestro arte,
jovial – ¡nuestra ciencia!
Quitemos de cada flor
el botón en nuestro honor,
dos hojas para la guirnalda.
Como trovadores bailemos
entre santos y rameras,
entre Dios y el mundo ¡el baile!
Quien no sepa bailar con los vientos,
quien en vendas tenga que estar envuelto,
atado, anciano y lisiado,
quien es allí como el burlón hipócrita,
majadero de las virtudes, ganso de las virtudes,
¡fuera de nuestro paraíso!
Arremolinemos el polvo de la calle
en las narices de los enfermos,
¡ahuyentemos los brotes de enfermedad!
¡Separemos todas las costas
del aliento de los pechos estériles,
de los ojos sin coraje!
Cacemos a los turbadores del cielo,
ennegrecedores del mundo, acumuladores de nubes,
¡despejemos el reino del cielo!
Rujamos… oh, espíritu de todos
los espíritus libres, contigo a dúo
ruge como la tormenta mi felicidad.
–Y para que sea eterna la memoria
de esa felicidad, toma su legado,
¡eleva hasta aquí contigo la guirnalda!
Lánzala más alto, más lejos, más distante,
toma por asalto lo alto de la escalera del cielo,
cuélgala – ¡de las estrellas!”