Acostarse de panza en el desierto
por Juan Pablo Anaya
«Cuántos contrasentidos alrededor del sentido del humor deleuziano y la afirmación de la alegría que conlleva, como si la alegría fuera la afirmación de una positividad que ignora todos los peligros. Sin embargo, no es que falten peligros. Ciertamente el límite deleuziano ya no es un muro, una barrera infranqueable trazada a priori; ya no tiene la forma de una ley que separa. [La noción de límite o frontera en Deleuze] es, por el contrario, inseparable de experimentaciones que progresivamente trazan ese límite; no las experimentaciones que hacemos, sino aquellas que somos, con todos los peligros que conllevan esos procesos» (David Lapoujade).
Hay un primer movimiento que caracteriza la filosofía de Deleuze, según David Lapoujade, y que consiste no en ascender para remontarnos hacia el sol luminoso, como en Platón, sino en acostarse “directamente en la tierra desértica” a la altura de lo molecular. Este estar acostados es algo así como un devenir-araña sobre una telaraña. Es decir, devenir un animal al acecho con todo el cuerpo instalado de manera horizontal sobre un plano vibrante. Para Deleuze y Guattari, el humor es precisamente ese movimiento del narrador en En busca del tiempo perdido que, como señalan en El anti-edipo, “no deja de deshacer tramas y planes, de retomar el viaje, de estar al acecho de los signos y los índices”. El humor es un movimiento que comienza por tenderse en el plano molecular de manera horizontal, para estar al acecho y experimentar a partir de una escala de intensidades donde no hay sentido ni significación predeterminada. El humor por el que apuesta Deleuze busca que el delirio propio del desierto, el delirio propio del cuerpo sin órganos, trastorne nuestra percepción y termine por engendrarnos un cuerpo.
Los «movimientos aberrantes» de la filosofía de Deleuze, según David Lapoujade, suponen este proceso de desertificación, el cual nos permite experimentar una realidad alucinatoria que nos engendra un nuevo cuerpo. Según Deleuze, esta experiencia se encuentra en el límite de lo vivible. En el momento en que nos acercamos a ese límite, la seriedad puede volvernos pesados e impedir que nos acerquemos, mientras tanto el humor puede que nos vuelva ligeros y nos permita experimentar ahí donde aparentemente se diluye el sentido. Los delirios y las alucinaciones que experimentamos, y que son expresiones del inconsciente material que nos constituye, pueden servir para recuperar nuestra creencia en este mundo. Es a partir de estas intensidades que podemos reinventar nuestra relación con nuestro entorno y los seres que nos rodean. Si el humor nos permite aproximarnos al delirio, entonces hay en los juegos que nos propone una oportunidad para experimentar precisamente en los límites del sentido. De tal manera que podamos renovar nuestro vínculo con este mundo y constituir una especie de fe o creencia. El suelo en el que estaría situada semejante creencia sería siempre móvil y en proceso de volver a constituirse, tal como sucedería en un juego que nos convocara a jugar pero que también nos invitara a re-inventar sus reglas.