¿Acaso el futuro no debería de ser salvado para alguna forma de vida completamente distinta al «hombre»?
por Juan Pablo Anaya
El experimento de aniquilación del mundo de Husserl sugería que la destrucción de todo lo que se ha reunido bajo el nombre de humanidad, incluso el archivo de las disciplinas constituidas, revelaría un potencial en la humanidad que comenzaría a pensarse a sí misma como algo no determinado de antemano. Por su parte, la aceleración del tiempo cósmico de Bergson también trata de distinguir entre un cosmos cuyas velocidades no le pertenecen —ya que éste no lamentaría lanzarse a su fin duplicando su velocidad promedio— y una conciencia que ciertamente no está actualizada por completo como parte de integral de una especie humana común. En otra parte, en Las dos fuentes de la moral y de la religión, Bergson distingue entre la dependencia de la moralidad respecto de un conjunto de intereses comunes definidos en contraposición a amenazas externas, por un lado, y por otro lado la religión dinámica que tiene la capacidad de orientarse no hacia algún existente, sino hacia hacia una alteridad virtual hacia la cual no estoy atado ni por interés ni por pasión ni simpatía.
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¿Dónde nos deja esto el día de hoy? En definitiva, es inadecuado regresar a Husserl o a Bergson e intentar recuperar una humanidad o subjetividad que sería distinta a los cálculos de los intereses en disputa. Estos gestos de principios del siglo xx, que apelan a un espíritu virtual o a una subjetividad trascendental, ocurrieron ante la posible extinción de la filosofía; si la humanidad fuera una potencialidad más allá de los cálculos que se pueden llevar a cabo con la materia, entonces también tendría una existencia fuera de esas disciplinas (como la filosofía) y cuerpos de ideas (como la subjetividad trascendental o un espíritu virtual). Algo similar ocurre hoy con la referencia a un sujeto ético o político que debe, supuestamente, existir (aunque sea de forma virtual) en cualquier afirmación de intereses; debe haber un “yo” que habla o exige y, por lo tanto, un “tú” o un “alguien” con quien se busca un consenso. Pero lo que el experimento de Husserl de la aniquilación del mundo y el experimento de Bergson con el tiempo cósmico revelan es que las preguntas en torno a la extinción, la aniquilación y la aceleración del tiempo cósmico destruyen al sujeto o a la humanidad tal y como los conocemos. Más aún, mientras que Husserl y Bergson pensaban que la aniquilación o aceleración del mundo natural y la destrucción del hombre como un cuerpo natural dentro del mundo constituían la tarea que salvaría al pensamiento y a la filosofía, hoy es justo la posibilidad de la extinción del hombre (o sujeto) de la ética y la filosofía lo que nos permitiría considerar la supervivencia del cosmos. Como mínimo, es hora de cuestionar el “nosotros” que subyacería y se salvaría gracias a las preguntas de la ética y la política. Si ese “nosotros” es aniquilado, lo que queda no es un sujeto del pensamiento, una humanidad común, una protopolítica, sino una vida frágil y no especialmente humana. Y una vez que sólo quede esto, nos podremos preguntar sobre la viabilidad de seguir viviendo: si la humanidad valora la vida —en lugar de imaginarse como lo que sobreviene de ahí en adelante o sobrevive más allá de lo vivo— entonces su valoración tiene que considerar esas formas de vida más allá de la humanidad, más allá de la ética y la política. Lo cual, por tanto, no resultaría en una ética medio ambiental (enviromental ethics) pues un medio ambiente o enviroment es siempre aquello que rodea o da hogar a un ser vivo a la manera de un entorno que lo acoge o un medio (para su desarrollo). Lo que podría resultar es en cambio una contraética para el cosmos.
Si no presuponemos que la única vida que vale la pena considerar es ético-política —la cual tiene que ver con un sentido del ethos, de una forma de organización política, una morada o vivienda— entonces podríamos pensar aquellos modos de vida que no se definen por lo que llamamos nuestro entorno o medio ambiente. En relación con lo humano, cabe preguntarnos si acaso las formas de vivir y de relacionarnos podrían existir sin la suposición de un “nosotros”, y sin la suposición de que “nosotros” merecemos continuar viviendo; podríamos preguntarnos si acaso el futuro no debería de ser salvado para alguna forma de vida completamente distinta. Esta interrogante nos obliga a considerar qué es lo que merece sobrevivir, incluso si la supervivencia aparece el día de hoy como más bien incierta.»
Traducción basada en la traducción de Celina Garza Garza del texto íntegro para el dossier de la Revista de filosofía. Universidad Iberoamericana.