La perversión no consiste en “jugar con los límites”, desde lo alto de una mala ironía, sino en producir del otro lado del límite un doblez ideal que es su reversión o desviación
por Juan Pablo Anaya
“Cuando Maimón se pregunta: “ ¿Soy kantiano? ¿Soy antikantiano?”, ¿no hay allí una pregunta de perverso? Es todo el humor del perverso: obedecer con tanto celo que al final la ley se ve invertida puesto que termina por favorecer lo que se suponía prohibir. De allí el gran interés de Deleuze por el masoquismo, y especialmente por su “espíritu jurídico”. Precisamente, la denegación en Masoch — tan importante para la perversión en general— “no consiste en negar y ni siquiera en destruir, sino mucho más que eso, consiste en impugnar la legitimidad de lo que es, en someter lo que es a una suerte de suspensión, de neutralización, aptas para abrir ante nosotros, más allá de lo dado, un nuevo horizonte no dado». ¿La perversión como crítica de los fundamentos, en el nombre mismo de la búsqueda más celosa de un fundamento?
No concluiremos de esto que Deleuze es un perverso, sino que ha instaurado un procedimiento o un método perverso, que consiste en extraer una suerte de doblez del original estudiado que le permite pasar del otro lado del límite asignado por el original. Si el original se confunde con la ley en el sentido en que la ley del kantismo se encuentra en Kant, entonces es preciso hacerse kantiano para extraer de allí un doblez que permita determinar los límites del kantismo y producir su afuera. La operación esencial de la perversión deleuziana es la reversión. ¿No ha pasado Deleuze su tiempo en pervertir ciertos autores, de Platón a Kant, hasta Bergson o Freud, sacando cada vez un doble que lo desplaza, lo da vuelta o lo invierte? ¿Y no es ya Lógica del sentido una suerte de perversión del estructuralismo, como también lo presintió Guattari? Desde este punto de vista, los mejores lectores de Foucault han visto efectivamente que el Foucault podía ser percibido como una suerte de doble, no un doble de Deleuze, sino un doble de Foucault. El Foucault no es el autorretrato de un Deleuze filosóficamente calvo, sino el retrato de un Foucault metafísico. ¿Cuál es cuál? Volvemos con esto a la extraña impresión que se desprende de los comentarios de Deleuze, los cuales dan testimonio de una gran fidelidad respecto de los autores en el momento mismo en que los traiciona subrepticiamente, “la más fiel de las traiciones” (…). Piensa rectamente, dice Descartes, aquel que no es pervertido por ninguna creencia; piensa perversamente, podría decir Deleuze, aquel que ya no es pervertido por el buen sentido y sus exigencias de reconocimiento. Deleuze hace causa común con ciertos autores solo porque los reconduce cada vez hacia un afuera, a lo largo del límite que se desprende de su doblez. La perversión no consiste en “jugar con los límites”, desde lo alto de una mala ironía, sino en producir del otro lado del límite un doblez ideal que es su reversión o desviación.
Desde este punto de vista, es evidente que la perversión se confunde con las potencias de la repetición. Repetir consiste en doblar, redoblar y desplazar, como una especie de gigantesco método de plegado. Nietzsche repite a Leibniz, es como un doblez de Leibniz, pero Leibniz ya repite a Nietzsche, así como los estoicos repiten a Leibniz y a Nietzsche a su manera. Nietzsche a su vez repite a Spinoza, en tanto que Bergson se repite en Spinoza e inversamente, siendo cada uno un doblez del otro. Kant se repite en Maimón así como Platón se repite en el doblez que lo invierte. Por eso es vano preguntarse si Deleuze es más bien platónico, spinozista, leibniziano, nietzscheano puesto que se repiten unos en los otros, puesto que uno no puede invocar a Nietzsche más que repitiendo a Leibniz y a Maimón, puesto que no se puede invocar a Spinoza más que repitiendo a Bergson y a Nietzsche, etc. ¿Diremos entonces que se tratan de dobleces de Deleuze? Más bien habría que decir lo inverso. “En el redoblamiento, nunca es el otro el que es un doble, soy yo el que me vivo como el doble del otro: yo no me encuentro en lo exterior, encuentro lo otro en mí” (F, 129). Hay que alcanzar el punto en que todas las filosofías se repiten unas en otras, en su diferencia cercana, de modo que el tiempo filosófico deviene “un tiempo grandioso de coexistencia, que no excluye el antes y el después, pero los superpone en un orden estratigráfico. Es un devenir infinito de la filosofía, que recorta pero que no se confunde con su historia” (QLF, 61). Y sin duda el perverso debe ser él mismo invertido. Tal vez haya que pasar a espaldas del perverso, él que ya era el reverso o el doblez de todo, para descubrir, con Guattari, el “esquizo” . El perverso es quizás el reverso de todo, pero el esquizo es tal vez el reverso del perverso — como la máquina será el reverso de la estructura— .”
David Lapoujade, Deleuze. Los movimientos aberrantes, trad. Pablo Ariel Ires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Cactus, 2016, pág. 135.