Es inevitable que quien hace el duelo muera: quien sobrevive morirá al menos dos veces. Se muere para que haya ceniza y para poder hacerla hablar.

por Juan Pablo Anaya

«Roland Barthes, en sus Notas de duelo (1977-1979), un compendio de fichas de anotaciones que fue haciendo a lo largo de los dos años subsecuentes a la muerte de su madre,[1] registra sus reflexiones sobre su duelo en curso. En ellas, subraya la importancia de no intentar suprimir la aflicción, basándose en la idea estúpida de que el tiempo la abolirá, sino en transformarla haciéndola pasar de un estado estacionario a un estado fluido.»

 

«es inevitable que quien hace el duelo muera: “quien sobrevive morirá irremediablemente al menos dos veces”, y se muere para que haya ceniza y para poder hacerla hablar.»

 

«El trabajo del duelo implica hacer un paréntesis de tiempo no-productivo, darse el tiempo para existir en una temporalidad paralela, para dejar acontecer al espectro. De esta forma de acontecimiento se desgarra el curso de la historia, y ello tiene implicaciones políticas. En Jaua, lo político no está en la enunciación sino en la entrega amorosa y en la comprensión de la muerte, en el ejercicio activo de des-aferrarse articulado en Idea de la ceniza. Lo que viene a la mente aquí es la teoría que Derrida desarrolla del cramponnement,[4] el instinto del aferramiento que construye la estructura tópica del ser humano. Aquí, dejar ir al ser amado es el archi-evento traumático de dé-cramponnement o desaferre, un juego productivo que da lugar a la apertura en nuestra existencia.»