«Si resulta tan repugnante juzgar, no es porque todo sea igualmente bueno, sino por el contrario porque todo lo que vale la pena sólo puede hacerse y distinguirse desafiando el juicio»
por Juan Pablo Anaya
“renunciando al juicio teníamos la impresión de privarnos de todos los medios de establecer diferencias entre existentes, entre modos de existencia, como si entonces todo fuera equivalente. ¿Pero no es más bien el juicio lo que supone criterios preexistentes (valores supuestamente superiores), y preexistentes desde siempre (desde la noche de los tiempos), de tal modo que no puede aprehender lo que hay de nuevo en un existente, ni siquiera presentir la creación de un modo de existencia? Un modo de estas características se crea vitalmente, a través del combate, en el insomnio del dormir, no sin una cierta crueldad contra uno mismo: nada de todo esto resulta del juicio. El juicio impide la llegada de cualquier nuevo modo de existencia. Pues éste se crea por sus propias fuerzas, es decir por las fuerzas que sabe captar, y vale por sí mismo, en tanto en cuanto hace que exista la nueva combinación. Tal vez sea éste el secreto: hacer que exista, no juzgar. Si resulta tan repugnante juzgar, no es porque todo sea igualmente bueno, sino por el contrario porque todo lo que vale sólo puede hacerse y distinguirse desafiando el juicio. ¿Qué juicio de experto en arte podría referirse a la obra venidera? No tenemos por qué juzgar los demás existentes, sino sentir si nos convienen o no nos convienen, es decir, si nos aportan fuerzas o bien nos remiten a las miserias de la guerra, a las pobrezas del sueño, a los rigores de la organización. Como ya dijera Spinoza, se trata de un problema de amor y de odio, no de juicio”
Gilles Deleuze, “Para acabar con el juicio” en Crítica y clínica.
justo
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