Los libros de filosofía… comienzan antes de que esté decidido en lo más mínimo a que puede llamarse ‘filosofía’, y acaban un momento antes de que todo el mundo sepa ya demasiado bien lo que significa esa palabra (José Luis Pardo)

por Juan Pablo Anaya

«Un libro nunca comienza por la primera línea ni acaba con la última. Si hubiera que comenzar por  la primera línea, nadie podría escribir (¿por dónde empezar?, ¿de donde sacar fuerzas suficientes?). Un libro comienza siempre antes de haber empezado o después de haber terminado, siempre va adelantado o retrasado con respecto a sí mismo. Comienza antes de  haber empezado, sin que nadie — y menos que nadie quien lo escribe– sepa que ha comenzado. Hablando en general, los libros de filosofía comienzan todos ellos el mismo día: al día siguiente de la muerte de Sócrates. Es difícil calcular el tiempo transcurrido entre la muerte de Sócrates y la redacción del primer diálogo de Platón, lugar de nacimiento de la filosofía, pero cuando Platón convierte a Sócrates en protagonista de ese primer diálogo escrito señala que aquel libro, lugar de nacimiento de la filosofía, ya había comenzado antes de que empezase a ser escrito, cuando Sócrates estaba vivo o acaba a de morir. Desde entonces, se discute en vano si la escritura falsea –y hasta qué punto– esa experiencia anterior a ella que constituye su inadvertido punto de comienzo, la experiencia nombrada con la expresión ‘la muerte de Sócrates’.

Pero un libro termina siempre antes de haber acabado, porque si tuviera que acabar con la última línea nadie se atrevería a escribirla y el libro sería infinito. Un libro acaba siempre después de haber terminado, sin que nadie –y menos que nadie quien lo lee– sepa que ha acabado. Hablando en general todos los libros de filosofía acaban el mismo día: el día antes de la muerte de Aristóteles (cuando quizá ya estaba agonizando. Es imposible determinar  el tiempo exacto que transcurre desde ese día hasta el primer comentario en que ‘la filosofía’ se convierte en un corpus endurecido de terminología técnica, pero es seguro que cuando sucede, allí donde sucede y mientras sucede, los libros de filosofía dejan de tener lectores y sólo tienen guardianes, guardianes que mantienen una interminable disputa acerca de su derecho de custodia sobre lo guardado. Así que los libros de filosofía son cosa extremadamente frágil: comienzan antes de que esté decidido en lo más mínimo a que puede llamarse ‘filosofía’, y acaban un momento antes de que todo el mundo separa ya demasiado bien lo que significa esa palabra.

Que un libro sólo pueda comenzar con la muerte de un hombre, no siendo una novela policíaca ni una historia de fantasmas, parece algo bastante triste. Lo parece, a menudo, la escritura, por esa impresión ya evocada de que traiciona aquello mismo que quiere expresar y que siempre, necesariamente, la precede. Como si la escritura llegase tarde (por la tarde, en el momento del ocaso), cuando aquello que se intenta atrapar ya ha pasado, como si se refiriese a una anterioridad que indica, pero que nunca puede acoger. Para los libros de filosofía, ésta no es una observación cualquiera, porque, dado que la filosofía nació como una cierta  práctica de la escritura –la que acontece en los Diálogos de Platón–, la escritura parece ser perfectamente inseparable de la filosofía»

José Luis Pardo, La regla del juego, pág. 13-15.