«Nacidos de los misterios de la madrugada, meditan sobre cómo puede tener el día un rostro tan puro, luminoso; entre las diez y las doce, transfiguradamente sereno; buscan entonces la filosofía de antes del medio día.»
por Juan Pablo Anaya
«El caminante. Quien en alguna medida ha alcanzado la libertad de la razón no puede sentirse sobre la tierra más que como un viajero, aunque no como alguien que viaja hacia una meta final: pues no la hay. Pero sin duda quiere observar y tener los ojos abiertos para todo lo que propiamente hablando ocurre en el mundo; por eso no puede prender su corazón demasiado firmemente de nada singular; en él mismo ha de haber algo de vagabundo que halle su placer en el cambio y la transitoriedad. Por supuesto, tal hombre pasará malas noches, en las que esté cansado y encuentre cerrada la puerta de la ciudad que debía ofrecerle descanso; quizá además, como en Oriente, el desierto llegue hasta la puerta, las fieras aúllen tan pronto más lejos como más cerca, se levante un fuerte viento, los ladrones le roben sus acémilas. Entonces la noche pavorosa desciende sobre él como un segundo desierto en el desierto y su corazón se cansa de caminar.
Aunque la aurora surja para él, ardiente como una deidad de la cólera, y la ciudad se abra, quizá en los rostros de sus habitantes vea aún más desierto, inmundicia, engaño, inseguridad, que ante las puertas, y el día sea casi peor que la noche. Así puede sucederle alguna vez al viajero, sí, pero luego vienen, como compensación, las deliciosas mañanas de otros parajes y días, en que ya al rayar el alba ve adelantarse hacia él bailando las cohortes de musas en la niebla de la montaña, en el equilibrio del alma matutina pasa entre árboles, desde sus copas y frondas se le arrojan desinteresadamente cosas buenas y claras, las ofrendas de todos esos espíritus libres que están a sus anchas en la montaña, el bosque y la soledad, y que, al igual que él, a su manera tan pronto gozosa como reflexiva, son caminantes y filósofos. Nacidos de los misterios de la madrugada, meditan sobre cómo puede tener el día un rostro tan puro, luminoso, transfiguradamente sereno, entre las diez y las doce; buscan entonces la filosofía de antes del medio día.»
Nietzsche, Humano, demasiado humano, aforismo 638.
Leído por Gilles Deleuze aquí: https://www.cyclicdefrost.com/2015/11/richard-pinhas-electronique-guerilla-a-profile-by-tony-mitchell/