«Mi tarea es crear el terreno bajo mis pies, el aire y las leyes, no ya para poder recuperar después lo que perdí, si no para no poder acusarme de haber descuidado algo. No se trata de una tarea excepcional, que más bien ya ha sido asumida más de una vez.» Kafka

por Juan Pablo Anaya

«No es haraganería, mala voluntad, necedad (aun si hay algo de todo esto, porque «los insectos nocivos nacen de la nada») lo que me ha hecho fracasar, o no me ha dejado ni siquiera fracasar en todas mis cosas: la vida familiar, la amistad, el matrimonio, la profesión, la literatura, si no la falta de terreno bajo los pies, de aire, de leyes. Mi tarea es la de crearlos, no ya para poder recuperar después lo que perdí, si no para no poder acusarme de haber descuidado algo, dado que esta tarea vale tanto como otra. Es, más bien, el primerísimo de todos los deberes, o por lo menos su reflejo, así como, habiendo escalado una altura de aire rarificado, se puede al rato caminar a la luz del sol lejano. Ni, por otra parte, se trata de una tarea excepcional, que más bien ya ha sido asumida más de una vez. No sé si en medida tan amplia. De lo que hace falta para vivir no he, por lo que me parece, traído conmigo casi nada, salvo la debilidad humana, como todos. Con ésta –que, bajo tal aspecto, es una fuerza poderosa– he afrontado valientemente cuanto había de negativo en mi tiempo, al que me siento muy próximo, y al que no tengo derecho de combatir, sino, en cierto sentido, de representar. No heredé, en cambio, parte alguna del escaso patrimonio positivo de mi tiempo, o de aquellos pocos tan exasperadamente negativos que se convierten sin más en positivos. No me condujo por la vida la mano del Cristianismo, por otra parte en pesada mengua como Kierkegaard, ni pude tampoco aferrar el último borde del abrigo de la plegaria hebrea, que ya se iba, como los sionistas. Yo soy principio y fin”

Franz. Kafka Consideraciones Acerca del Pecado el Dolor la Esperanza y el Camino Verdadero,
Editorial Alfa Argentina, Buenos Aires, 1975. pp. 87-88. Citada en La autoridad del exilio de Mauricio Pilatowski