Haraway sobre Octavia Butler: «todo su trabajo como escritora SF se afianza sobre el problema de la destrucción y el florecimiento herido en el exilio… el peso y el don terrenal de aquellos descendientes de personas esclavas, inmigrantes, e indígenas»

por Juan Pablo Anaya

“Octavia Butler lo sabe todo sobre historias no contadas, aquellas que necesitan una bolsa de semillas remendada y alguien que viaje y siembre para hacer un hueco en algún lugar, y así florecer después de las catástrofes. En la Parábola del sembrador, la adolescente estadounidense hiperempática Lauren Oya Olamina crece en una comunidad vallada de Los Ángeles. Importante en la Santería del Nuevo Mundo y en los cultos católicos de la Virgen María, Yorúbá Óyá, madre de nueve, es la Orisha del río Níger, con sus nueve afluentes, sus nueve tentáculos sujetando lo vivo y lo muerto. Es una de las entidades chthónicas de los mil nombres, generadoras de los tiempos persistentes llamados el Chthuluceno. El viento, la creación y la muerte son los atributos y poderes de Oya para configurar mundos. El don y la maldición de Olamina eran sus ineludibles habilidades para sentir el dolor de todos los seres vivos debido a una droga que había tomado su madre, adicta durante el embarazo. Después del asesinato de su familia, la joven viaja desde una sociedad devastada y moribunda con un grupo variopinto de supervivientes para sembrar una nueva comunidad arraigada en una religión llamada Earthseed [«Terrasemilla»]. En el arco narrativo de lo que debería haber constituido una trilogía… la configuración del mundos SF de Butler imaginó Earthseed floreciendo al fin en un nuevo planeta natal entre las estrellas. Pero Olamina comenzó su primera comunidad de Earthseed en el norte de California, y es allí y en otros sitios en Terra donde deben permanecer mis propias exploraciones para resembrar nuestro planeta natal. Este hogar es el lugar donde las lecciones de Butler se aplican con especial ferocidad.

En las novelas de las Parábolas, «Dios es cambio». Earthseed enseña que las semillas de la vida sobre la tierra pueden transplantarse, adaptarse y florecer en todo tipo de tiempos y lugares inesperados y siempre peligrosos. Fíjense que digo «pueden», no necesariamente «podrían» o «deberían». Todo el trabajo de Butler como escritora SF se afianza sobre el problema de la destrucción y el florecimiento herido -no simplemente la supervivencia- en el exilio, la diáspora, la abducción y la deportación: el peso y el don terrenal de aquellos descendientes de personas esclavas, refugiadas, inmigrantes, viajeras, y también de indígenas. No es un lastre que termina en el momento del asentamiento. En el modo SF’, mi propia escritura trabaja y juega solo sobre la tierra, en el lodo de cíborgs, perros, árboles de acacia, hormigas, microbios, hongos y todos sus parientes y su progenie. Con los retortijones de estómago que da la etimología, recuerdo también que kin [«pariente», «amable» ] se transforma, con el intercambio de primos indoeuropeos, en gen en su camino a get [«progenie»]. Los terranos engendran todo, somos parentela serpenteante y arbórea a la vez –progiene revuelta– en sucesiones de generaciones infectadas y germinadas, tipos sucios tras tipos sucios”

Donna Haraway, aquí: https://bordarretazos.files.wordpress.com/2022/06/donna-haraway-seguir-con-el-problema-generar-parentesco-en-el-chthuluceno.pdf